En relación a la repercusión de la aparición y
proliferación de las guías de práctica clínica, especialmente en el campo de la
psicología podemos decir que, teniendo presente la necesidad de determinar la
efectividad y eficiencia de nuestras prácticas interventivas, a priori se puede
pensar que todo son
ventajas. El
hecho de que haya estudios que nos indiquen, en función del diagnóstico del
paciente, cuáles son los tratamientos más eficaces, nos ha de permitir ser más
eficientes, intervenir de forma más racional y ordenada y dar un servicio a los
pacientes de más alta calidad y con un rigor
científico y metodológico fuera de toda duda.
Este
sería el razonamiento, a priori, más intuitivo, pero por poco que nos acercamos a
analizar las implicaciones que las guías de práctica clínica tienen en nuestra
tarea, observaremos que hay más voces discrepantes de lo que se podría pensar y
que si, indudablemente, hay hay
ventajas, también hay ciertos aspectos no tan positivos que deberemos tener
presentes para construirnos una opinión fundamentada. Analizamos a
continuación cuáles son las posiciones actuales.
Por
un lado, como ya hemos introducido, las guías de práctica clínica ofrecen datos
de indudable valor para la aplicación de tratamientos concretos a trastornos
determinados y delimitados. Esto
implica, por un lado la manualización del tratamiento, algo en lo que no todos
los profesionales están de acuerdo y, por otra, el hecho de delimitar los
trastornos en base a una sintomatología concreta, nos lleva ineludiblemente a
considerar como válidos los actuales sistemas de
clasificación diagnóstica. En
este sentido, no podemos dejar de considerar el sistema más habitualmente
utilizado en la práctica clínica psicológica actual, el DSM en su última versión IV
revisada. No
es ninguna novedad el hecho de que muchos terapeutas, especialmente los que
propugnan determinados modelos teóricos como paradigma principal de su tarea,
no aceptan la clasificación diagnóstica en los términos recogidos por este manual. De hecho, ni la clasificación del DSM ni la de
la CIE. Por
lo tanto, manualizar intervenciones sobre tratamientos sin tener presente los
criterios diagnósticos no parece una buena opción.
No
profundizaremos más en este punto, dado que el debate de las clasificaciones
diagnósticas sería largo y aún está abierto. Por
lo menos, en cuanto al tema que nos ocupa, debemos decir que una crítica importante a
las guías, como ya hemos comentado es esta manualización que, llevada al rigor,
exigiría la aparición de manuales de cada una de las prácticas concretas que se
proponen . Igualmente,
deberemos considerar el hecho apuntado por Miller y Binder (2002, citado en
Perez,. 2011) relativo a que la manualización de una intervención no garantiza la idoneidad del tratamiento y
que, en ocasiones, puede incluso provocar el efecto contrario al que se busca.
Otro
aspecto a tener en cuenta, es que las guías no tienen en consideración la
variabilidad que puede existir entre terapeutas en el momento de la aplicación
(experiencia, habilidades, etc.) y las diferencias individuales entre los
diferentes pacientes con un mismo trastorno. A
pesar de las críticas en este sentido, deberíamos considerar, en función de los
datos estadísticos, que las guías recogen datos de pacientes diferentes y de
terapeutas diferentes y que si los resultados generales indican en la dirección del
beneficio de la utilización de un determinado tratamiento, los
factores considerados en este punto, a pesar de ser importantes, sin duda, no
son determinantes
en cuanto a la bondad del tratamiento en cuestión. Deberíamos considerar que hay algún factor que está por encima de estas diferencias
individuales que favorece de forma significativa a la mejora del paciente, la
remisión de la sintomatología y su recuperación.
Otra
crítica que observamos en lo referente a la elaboración de las guías, es la
metodología empleada en su elaboración y en la selección de los estudios para
la realización de los meta-análisis. Y
sobre este punto, hemos de decir que las últimas guías publicadas, incluyen todos
los estudios existentes que cumplen los requisitos mínimos
metodológicos establecidos previamente dentro de los meta-análisis realizados. Indudablemente,
podemos seguir tirando del hilo y considerar estos requisitos metodológicos
como un "encorsetamiento" que puede dejar fuera otros estudios que, aunque no cumplan estrictamente
el protocolo, pueden aportar otras informaciones relevantes. Pero
está claro que, si se quiere reforzar la potencia de la ciencia psicológica, se ha de trabajar en función de criterios científicos claros con los que poder operativizar y
replicar los estudios valorados.
En
cuanto a la evaluación de los resultados, volvemos un poco a la polémica
introducida anteriormente. Se
analizan los resultados en base a la eficacia de los tratamientos, tomando como
modelos, grupos experimentales comparados con grupos control y éste es un
modelo científico no compartido por todos los profesionales ni todas las
corrientes teóricas.
Por
lo tanto, a pesar de los inconvenientes que se puedan encontrar, cada vez hay
más aceptación de estas herramientas clínicas en la práctica clínica. Algunos
factores que favorecen su generalización, vienen determinados por los aspectos económicos y los intereses que
se generan en el campo de la salud. No
hay duda de que las compañías aseguradoras y los gobiernos que dan cobertura
sanitaria universal a los ciudadanos, como el caso español, quieren tener datos
que les determinen qué tratamientos sirven para curar a los pacientes y qué
periodos de tratamiento se prevén, ya que es mucho el dinero que hay en juego. Por
otra parte, quieren poder decidir los tratamientos que cubrirán sus
organizaciones y cuáles no y por qué y el "por qué", siempre es económico,
claro.
Por
otra parte, y para los profesionales, tener una guía que, al menos aporta información
relativa a tratamientos concretos aplicables a trastornos determinados, puede ser, en cualquier caso, de gran ayuda, independientemente del criterio que aplique el clínico
en su tarea diaria, el
cual puede estar determinado por muchos factores, como la experiencia, las particularidades
de los casos, etc.